El día que el Chapo Guzmán desapareció como un fantasma: la fuga que sacudió a México
Un 11 de julio de 2015, el narcotraficante más poderoso de México volvió a desafiar al Estado: Joaquín “El Chapo” Guzmán se fugó de una cárcel de máxima seguridad por segunda vez. Su escape no solo fue una burla al sistema penitenciario, sino una demostración del poder del crimen organizado frente a las instituciones más resguardadas del país.
La escena parecía sacada de una película: Guzmán se cambia los zapatos, camina hacia la ducha de su celda en el penal del Altiplano y desaparece sin dejar rastro. Las cámaras de seguridad lo siguen hasta ese último rincón con un muro bajo. Después, silencio. Pasaron 25 minutos hasta que un oficial en la sala de monitoreo notó la ausencia. Cuando dieron la alerta, ya era tarde.
El túnel perfecto
La fuga dejó al descubierto una obra de ingeniería sin precedentes: un túnel de 1.500 metros que comenzaba justo debajo de la celda 20 del Pasillo II. Estaba ventilado, iluminado, reforzado, con rieles para transporte y hasta una motocicleta que permitió al Chapo ganar tiempo en su huida. La salida: una casa en construcción en medio de la nada, a donde fue llevado en auto para luego abordar una avioneta que lo trasladó hasta su refugio en Sinaloa.
La precisión fue tal que solo se explicaba con una conclusión inquietante: hubo información interna, planos filtrados y complicidades. ¿Cómo pudieron perforar bajo una prisión con sensores sísmicos sin que nadie escuchara? ¿Quién les dio la ubicación exacta de la celda? ¿Cómo no sonaron las alertas durante los siete meses que tomó excavar el túnel?
Impunidad televisada
Mientras los noticieros del mundo transmitían el video del escape, el gobierno mexicano se enfrentaba a un escándalo mayúsculo. El entonces presidente Enrique Peña Nieto había hecho alarde de la captura del Chapo en 2014. Pero el golpe mediático de su evasión fue demoledor: un criminal que, con dinero y estrategia, escapaba del sistema más vigilado del país.
Reacción tardía y captura final
La alerta roja se emitió tres horas después. Las autoridades federales cerraron fronteras, aeropuertos y desplegaron operativos en todo el país. La búsqueda duró seis meses. En enero de 2016, tras un intento fallido, Guzmán fue finalmente recapturado en Los Mochis, Sinaloa, tras un enfrentamiento armado.
Esta vez no hubo margen para errores. Fue recluido nuevamente en El Altiplano, pero solo temporalmente. En enero de 2017, fue extraditado a Estados Unidos, donde la justicia no dejó pasar su historial. Fue condenado a cadena perpetua más 50 años por narcotráfico, uso de armas y lavado de dinero.
El escape que lo cambió todo
La fuga del Chapo cambió para siempre la manera en que se trata a los grandes capos del narcotráfico. Desde entonces, las extradiciones a EE.UU. se aceleraron, se endurecieron los protocolos de vigilancia y se volvió evidente que ninguna prisión mexicana, por más alta que sea su seguridad, podía garantizar contener a figuras de su calibre.
Hoy, a diez años de aquella jornada en que Joaquín Guzmán Loera desapareció de una celda blindada sin dejar rastro, la historia sigue generando asombro, indignación y preguntas sin respuesta. Porque más allá del túnel, los sensores y la motocicleta, lo que dejó en evidencia esa fuga fue algo más profundo: la fragilidad del Estado frente al crimen organizado y su red de poder subterráneo.
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